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Laura en el sistema educativo.

¿Os acordáis de la ultima entrada? 💁🏼‍♀️

Hablábamos de la atención a la diversidad, y en concreto nos centrábamos en el tema de las altas capacidades.

Ahora os vengo a contar cómo ha sido mi experiencia en el sistema educativo.

Porque yo he necesitado atención a la diversidad, soy superdotada.

Antes que nada, por favor, no me preguntéis mi CI. Lo digo porque es lo primero que le suelen preguntar a una persona superdotada, seguida de un, “pues no se, pareces normal” y después a veces deriva en “a lo mejor yo también soy superdotadx”. 

No sé cuál es mi CI, tampoco me importa, es algo a lo que hemos intentado no dar demasiada importancia en mi familia, es el que es y no puedo hacer nada para cambiarlo. Como le dijo el orientador del colegio a mi madre cuando le dio mi diagnóstico, “no es una enfermedad, no se cura, es un rasgo como el ser rubia o el tener los ojos azules”. Entonces qué más da si mi cociente es de 130 o de 300, el número no es lo importante, lo importante es conocerse y que te conozcan.

Y aquí comienza mi relato, para el que he contado con la ayuda de mi madre, ya que por muy lista que sea, no recuerdo casi nada de cuando tenía 3 años o menos...

Desde que nací mostré un gran interés por todo, todo me llamaba la atención y quería saber mucho más. Casi no dormía, mi madre dice que quizás porque lo consideraba una pérdida de tiempo (puede ser, porque a día de hoy me sigue pasando un poco, de hecho estoy escribiendo esto a las 2 a.m.).

Mi mayor interés era el conocer qué había en libros, catálogos, revistas, los manipulaba y miraba intentando descifrar lo que ponía, ya que previamente me habían explicado lo que eran. Constantemente pedía que me leyeran cuentos o simplemente que me dijeran qué era lo que ponía en esos catálogos que tanto quería descifrar. Cuando llegó la navidad de 1999, mirando el catálogo de juguetes me interesaba mucho saber qué ponía en esas letras debajo de la foto, yo no sabía lo que era, pero sabía que eso tenía que significar algo e insistía e insistía. Hasta que mi madre ya decidió que si tanto interés tenía en saber qué ponía, lo mejor es que aprendiera leer.

Ella me cuenta que para ver si yo podía comenzar con la lecto-escritura con dos años, comenzó  haciéndome copiar frases sencillas. Era algo fácil ya que me encantaba dibujar, remarco dibujar, porque pintar lo veía como algo innecesario, yo quería crear formas, no dar color. Así como aprendí a copiar, porque mi madre decidió cambiar otro tipo de castigo, en caso de no portarme bien, por copiar frases.

Una vez conseguido ese paso, mi madre decidió enseñarme a leer. No era un proceso cognitivo como tal si no más bien una búsqueda, ella escogía una palabra y me decía lo que ponía, posteriormente cambiaba de página y me preguntaba dónde ponía la palabra que habíamos visto en la pagina anterior. A partir de esos ejercicios, empezó a hacerme unas fichas con palabras básicas, colores, animales, objetos... se trataba de un proceso de reconocimiento visual. Pero llegó un momento en que mi madre se cansó de hacerme fichas y me lanzó a los libros. A los dos años y medio yo ya leía y escribía, ya que había relacionado los dos aprendizajes.

Desde que nací mi madre me ha hablado en francés, con lo cual soy bilingüe, pero a partir de los dos años y medio comencé a ir a una academia de inglés, a modo de experimento. En mi época todavía no estaba de moda el bilingüismo ni el aprendizaje de idiomas en niños, mucho menos en niños tan pequeños, por lo que fue complicado encontrar un centro en el que aceptaran intentar enseñarme. Finalmente fue satisfactorio, ya que yo aprendía ayudándome del lenguaje corporal y el conocimiento de otro idioma. Es por eso que llegué a tener bastantes conocimientos de inglés.

Desde pequeña yo siempre preguntaba cuándo iba a empezar al colegio, muchas de mis amigas ya iban porque eran mayores que yo, y mis padres me tenían que explicar que era por una cuestión de edad. 

A los tres años, cuando me incorporé al colegio yo ya leía y escribía, y era mi mayor ilusión ir a clase. Cuenta mi madre que al principio no se va todas las horas ya que hay un periodo de adaptación, y eso me ponía triste porque yo quería estar ahí el mayor tiempo posible. La profesora me tomó como asistente, yo me ocupaba de los otros niños junto con ella, les consolaba cuando lloraban porque sus padres no estaban, les sonaba los mocos...

Llegado a un punto, en segundo de infantil, mi profesora le preguntó a mi madre que si no me veía muy madura, a lo que ella contestó que me veía normal, que yo era como era y ya está (soy hija única). Pero le dijo que era mejor que el orientador me hiciera unas pruebas, sólo para comprobar, a lo que mi madre contestó que consultaría con mi padre y verían a ver. Finalmente accedieron y se lo trasladaron al orientador.

Al principio el orientador estaba inseguro porque nunca había tratado a alguien tan pequeño, incluso los test que debían evaluarme no estaban diseñados para mi edad, pero decidió probar a ver el resultado. Como ellos relatan no hubo ningún problema a la hora de pedirme hacer las actividades, yo las comprendía a la perfección y las ejecutaba cuando me mandaban, además para reforzar el que yo fuese de buena gana, me daba galletas como premio. Lo que él no sabía es que yo me lo pasaba pipa.

Finalmente llegaron los resultados, y efectivamente, era superdotada. Mis padres estaban inseguros ya que no sabían muy bien lo que eso significaba, pero el orientador, Emilio, les tranquilizó explicándoles que era una condición más. Con cuatro años mi edad mental y mi madurez eran superiores a las propias de 8 años.

Una vez elaborado el informe, el orientador pidió que se tomaran medidas respecto a mi caso, es decir, que me subieran un curso, pero los plazos habían pasado. Como remedio temporal hasta el curso siguiente, se lo trasladó a mi profesora diciendo que necesitaba una adaptación curricular, algo que no le hacía mucha gracia porque suponía más trabajo. Y aquí es donde empieza la tónica de mi vida, no te hago caso porque me das trabajo.

Mi profesora no hizo completamente nada al respecto, por lo que mi madre decidió que me cambiaba de colegio. Me llevó al centro concertado cercano a barrio y he de decir que ha sido el centro en el que mejor me han tratado, pese a estar en uno de los barrios más “problemáticos” de Santander. Allí expuso mi caso y se comprometieron a “llevar mi caso”, pero como era un centro concertado no tenía orientador propio y debían enviar a uno de la Consejería para que me volviera a evaluar. Como había pasado un año las diferencias se acrecentaban, por lo que consideró que era urgente la adaptación curricular, es por eso que en 3º de infantil trabajé los contenidos propios de ese curso, y los de 1º de primaria.

Al año siguiente accedí a 2º de primaria, con bastante miedo, no sabía cómo me iba a acoger, me sentía la oveja negra. Pero la verdad es que tengo un recuerdo precioso de ese año, era muy feliz en clase, los compañeros y la profesora me querían, me trataban como a una más y me sentía a gusto.

Cuando mi madre fue a entregar los papeles de la beca, la funcionaria de la Consejería le preguntó que con mi expedienté cómo no estaba en un centro concertado más potente, por esa concepción equivocada de que los concertados son mejores, sobre todo si están repartidos por muchas ciudades, como si las franquicias fueran mejores que lo local. Mi madre, que en aquella época desconocía todo lo relativo al entramado del sistema educativo pensó que sí podría se lo mejor para mí, ya que estos tenían fama de tener más nivel.

Y ahí fue cuando descubrí la parte amarga de ser diferente. Fui al San José de Calasanz, colegio concertado que está presente en la mayor parte de España, con una fama impecable. Falso. No hicieron absolutamente nada por ayudarme, los profesores se desentendían, no estaban dispuestos a hacer adaptaciones curriculares, era demasiado trabajo. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue tener que enfrentarme por primera vez al bullying y a la pasividad del centro al respecto. Cualquier motivo era bueno para meterse conmigo, incluso llegando a pegarme, desde ser rubia, hasta ser más pequeña, hasta ir al conservatorio, nunca sabía por qué era, pero siempre era por algo.

Si en clase me equivocaba, era una burla constante, porque ahí fue cuando descubrí que si eres superdotada no tienes derecho a equivocarte. Ya no me refiero sólo por parte de mis compañeros, no, eran casi peores los profesores. Comencé a tener miedo a fallar y fue cuando mi concepción de percepción se distorsionó, pensaba que estaba obligada a ser perfecta. Antes mi nivel de perfeccionismo venía solo por iniciativa propia, porque me gustaba hacer las cosas bien, pero a partir de entonces se convirtió en una presión externa que se hacía cada vez más grande y más pesada por dentro. También comencé a ser mas recelosa a la hora de relacionarme con la gente, pasé de ser una niña muy extrovertida y sin miedo a nada a ser un poco más parada.

Tras dos años en ese centro me volví a trasladar al primer centro en el que estudié, la razón es que ese centro había implementado el horario continúo de mañana lo que me ayudaba a tener el día más  estructurado para ir al conservatorio y hacer deporte.

Allí ya procuré que no se notara que yo era diferente, aunque era complicado porque yo ya había sido compañera y amiga de los alumnos de un curso por debajo, pero precisamente por mi relación pasada con ellos no hubo ningún problema con respecto a los demás. En cuanto a cómo se llevó mi caso en el centro, pues como en el centro anterior, de ninguna manera. El profesor que tuve en esa etapa le llegó a decir a mi madre que yo “no era tan inteligente porque no lo sabía todo”, a lo que mi madre le contestó que yo no era una enciclopedia, que simplemente aprendía más rápido, si la acción docente no era la adecuada yo no iba a aprender nada.

Esa ha sido la concepción generalizada del profesorado con respecto a mí, una persona que dicen que es muy inteligente pero que no lo es tanto porque no lo sabe absolutamente todo. Creo que hay un nivel de desconocimiento peligrosamente alto con respecto a las altas capacidades y sobre todo al respecto de la sobredotación. No, no lo sé todo, y si no quiero, o no me enseñan bien, no sabré nada. Pero como docente es mucho más fácil echar balones fuera, no hacer absolutamente nada y decir que a lo mejor el diagnóstico ha sido erróneo. Porque tampoco se paraban a pensar que si bien mis notas eran iguales a las de los alumnos más aplicados en clase, mientras que ellos iban al colegio y como mucho hacían una o dos actividades estraescolares, yo iba al colegio, estudiaba dos instrumentos en el conservatorio, cantaba en una escolanía y hacía como poco dos deportes al mismo tiempo, sin contar las clases de idiomas.

Al llegar el último año de primaria se volvió a evaluar mi caso, y le ofrecieron a mis padres volver a acelerarme un curso ya que según la legislación vigente entonces sólo se podía acelerar un curso en primaria y otro en secundaria. Mis padres decidieron no hacerlo, creían que si accedía a la universidad tan joven la brecha sería grande, no por nivel mental ni madurativo, pero por las vivencias. Al fin y al cabo, aunque mi cabeza esté años adelantada, mis años de vida son los que son y sería hacerme quemar etapas demasiado rápido. También el hecho de ir sobrada en la educación obligatoria me permitía compaginar un ritmo de vida tan frenético y permitirme tener tiempo de ocio y desarrollo de mi vida privada, ya que lo que más me satisfacía era el deporte.

Una vez en la ESO todo siguió igual, nadie hizo nada al respecto, simplemente echarme la bronca porque mi actitud no era la mejor. Mis profesores no concebían unas calificaciones sobresalientes con una actitud desinteresada y ausente, incluso molesta por momentos, ya que me encanta hablar y me cuesta estar callada. Por ello venían castigos en forma de variaciones injustificadas de nota, reproches, que me juntaran con los “delincuentes” como diría Héctor de mi clase. Había momentos en los que incluso sentía  cómo se veían amenazados por mí e intentaban ponerse por encima comparándose con una adolescente, cosa que me parece absolutamente ridícula.

En cuanto a mis compañeros, me sentía absolutamente incomprendida, su nivel de madurez (pese a ser como poco un año mayores que yo) me parecía que estaba bastante por debajo que el mío y me llegaba a molestar. Tenía intereses muy distintos a ellos y eso me hacía diferente, y todos sabemos lo que pasa cuando eres diferente, ¿verdad?. No entraré en más detalles.

Llegamos a bachillerato, y ¡SORPRESA!, más de lo mismo... Profesores castigándome por estar “desperdiciando mi potencial” mientras que ellos no hacían absolutamente nada por mi, estaba completamente desmotivada y esperaban que diese el 100% de mí. ¿Cómo esperaban que quisiera ir a un sitio en el que sentía que perdía el tiempo? Deseaba que llegara la hora de comer para poder hacer lo que de verdad me gustara, ir al conservatorio, ir a entrenar. 

Terminé bachillerato dándome absolutamente igual, pero castigada. Los profesores vieron el que yo decidiese dedicarme a la música como un insulto a mi inteligencia, porque se ve que los tontos estudiamos música, no se, la verdad es que en lo que más me he tenido que esforzar ha sido en tocar la viola, porque es una actividad absolutamente completa, que abarca muchos ámbitos de la inteligencia. Combina una actividad intelectual con una actividad física precisa y milimétrica, no es como en el deporte, que un milímetro más a la derecha o a la izquierda no es castigado de la misma manera como en la práctica de un instrumento. La música es lenguaje, matemática, física, psicomotricidad...

Os preguntaréis cómo decidieron castigarme. Es por todos sabido que en segundo de bachiller los profesores “ayudan” a las notas de los alumnos, pues bien, decidieron ayudar a toda mi clase a costa de mis notas. Si un compañero tenía un 8’5 en una asignatura para él se convertía en un 9, pero si yo tenía esa nota se convertía en un 8. ¿Justo? Yo creo que no, pero había aprendido que a mí lo que hiciera ahí no me servía de nada. Es por eso que, aunque oficialmente me la merecía yo, no conseguí la matrícula de honor en bachillerato.

Una vez en la carrera la cosa no fue distinta pero no creo que se debiera a mi condición si no más bien a que mi profesor era un psicópata. Así que no voy a entrar en ello, pero si diré que cuando me suspendieron por primera vez el recital de fin de carrera, el motivo que me dieron fue “es que eres demasiado joven para salir ahí fuera”. Los profesores, siempre decidiendo por mí en lugar de ayudarme...

Como podéis ver lo que ha hecho el sistema educativo por mí ha sido poco, muy poco. Realmente lo que más ha hecho que yo haya seguido adelante y no haya decidido tirar la toalla fue mi familia y las actividades estraescolares.

Mi familia ha sido vital para mí, primero por involucrarse tanto en mi desarrollo tanto intelectual como personal, y después por haberse esforzado mucho para darme todos los medios que requería, porque vamos a ser sinceros, no somos ricos y tantas actividades extraescolares cuestan dinero.

Las personas con las que he dado en mis actividades extraescolares han sido también pieza clave en mi felicidad y estabilidad. En particular mi profesor de viola, Paco, sabía perfectamente cómo tratarme y qué hacer conmigo para sacar lo mejor de mí, probablemente es por eso que la viola se convirtió en lo que más me gusta en el mundo. En la música también me desenvolvía con mucha facilidad, compaginaba mis estudios de viola con mis estudios de piano e iba muy bien en viola porque me encantaba, pero en piano era más mediocre porque no me motivaba. 

Es común pensar que en música uno puede desarrollarse igual de fácil sin que haya ningún tipo de trabajo personal que en el resto de áreas, pero en lo que a interpretar un instrumento se refiere no es así. Como he explicado antes, interpretar un instrumento es una tarea multidisciplinar en la que hay que controlar todos los factores. Mi lectura era prácticamente instantánea, y mi interpretación y comprensión del texto musical también, pero mi talón de Aquiles siempre ha sido la técnica, ¿por qué?. La técnica en la práctica instrumental sólo tiene dos secretos, un buen guía que sepa lo que corporalmente necesitas (docente, maestro) y práctica y repetición controlada y precisa de los movimientos. En el grado medio mi profesor pensando que yo no me iba a dedicar a tocar la viola no se centró demasiado en ese aspecto y decidió explotar los aspectos en los que yo tenía una facilidad y una sensibilidad excepcionales, y en la carrera mi profesor se desentendió de mí completamente con lo cual el desarrollo fue sólo por medios propios.

En el deporte he sido muy versátil y he alcanzado metas y niveles muy buenos en deportes muy distintos y siempre me he sentido motivada por mis entrenadores y profesores que querían sacar lo mejor de mí. El deporte que más satisfacción me provocaba es el baloncesto, me gustaba ver cómo la cooperación entre personas daba resultados positivos, era un oasis de cooperación en un desierto de competitividad.

He de decir que esta es mi experiencia personal, cada caso es único y no es bueno generalizar. He querido explicar cómo ha sido mi experiencia en el sistema educativo y cómo soy yo para entenderlo un poco mejor.

No creo que hayáis llegado hasta aquí, pero si lo habéis hecho, muchas gracias por conocerme un poco más. 🥰

Hasta la próxima entrada 👋🏼


Comentarios

  1. Te diré que he llegado hasta el final y me he quedado con ganas de más. Te prometo que lo que menos esperaba leer es esto. Pero tengo una pregunta: ¿alguna vez has fracasado (debido única y exclusivamente a ti? ¿Cómo te has sentido? Espero que la pregunta no te moleste, simplemente es por tratar de entender a personas con esta cualidad.

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  2. Te prometo que es que me ha parecido super interesante y me gustaría hacerte otra pregunta: ahora que te estás preparando como docente, ¿Cómo abordarías un caso así? (siendo consciente de la cantidad y diversidad de alumnos que tienes en una clase)

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